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El dilema de la ética política y la corrupción diabólica de la Democracia

No es que la ética sea el camino sencillo, sino precisamente por la dificultad que implica resulta un camino de perfeccionamiento real, tanto de los individuos como de las instituciones que se encarrilan en su senda.

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La persistente dicotomía fáctica -no distintiva ni aceptable- entre la ética y la política se debe en gran medida al rechazo de la noción de persona humana en toda su integralidad material y espiritual y del rechazo o ignorancia del Bien Común como las condiciones de la vida social para el logro más fácil y pleno de la perfección de todos los miembros de la sociedad.

No es que la ética sea el camino sencillo, sino precisamente por la dificultad que implica resulta un camino de perfeccionamiento real, tanto de los individuos como de las instituciones que se encarrilan en su senda. Dicho perfeccionamiento produce efectos positivos en la calidad de vida de la población, instituciones sólidas, y políticos y ciudadanos ejemplares en su modo de vida.

Este tema es discutido desde la época de Sócrates hasta la fecha. No es preocupación menor, especialmente en el contexto actual, en que la democracia está en desprestigio y la tentación del populismo (que pregona resolver todo problema por la vía de imposiciones estatistas) emerge rampante. Al respecto destaca la aportación analítica del novelista, apologista y profesor irlandés C.S. Lewis.

¿De qué forma un escritor de novelas, algunas infantiles, podría aportar a este debate y cuál es la trascendencia de su pensar? Uno de sus textos más populares, quizás después de las “Crónicas de Narnia”, son aquellos titulados “Cartas del Diablo a su sobrino y El Diablo propone un brindis., En ambos textos el autor expresa que su intención no es “[…] especular acerca de la vida diabólica, sino la de iluminar, desde un ángulo nuevo, la vida de los hombres”

Lewis describe al infierno como una oficina pública plagada de trámites, personal y de maldad. Su visión del infierno se inspiró en una idea que fácilmente podríamos identificar: la maldad ya no se construye en las sórdidas guaridas y calabozos de Dickens, ni en recovecos oscuros y túneles debajo de las ciudades. Tampoco en los campos de trabajos forzados… La maldad se genera, opera y fomenta en oficinas iluminadas, con aire acondicionado, alfombradas y limpias, en escritorios muy dignos y no mediante gritos sino en sencillas órdenes por escrito firmadas por personas bien perfumadas y elegantemente vestidas.

La triste realidad de las administraciones públicas

La realidad de las administraciones públicas, especialmente en América Latina, sí que dan la impresión de ser un infierno cuando vemos con tristeza alcaldes sin escrúpulos que utilizan a los cuerpos de seguridad pública como guardias personales, directores que desvían recursos para sostener costosas relaciones públicas; pero incompetentes para mantener activo un servicio debido a “falta de recursos” y otro sinnúmero de ejemplos.

¿A qué se debe esta inclinación sistemáticamente negativa de la labor política que arrastra consigo a la democracia? ¿Por qué la praxis política abandona con facilidad las nociones de persona humana y de Bien Común? Lewis concluye que se debe a dos factores clave: a la corrupción del lenguaje específicamente en torno al concepto de Democracia y a la negación repetitiva de la virtud.

Por un lado, el vocablo “Democracia” pasa de ser interpretado como una forma moralmente aceptable de vida a una especie de conjuro verbal que “purifica” y “justifica” todo cuanto toca. Todo lo que sea denominado democrático (aún aquello que puede resultar absurdo) mágicamente se torna bueno, exigible, recomendable e incluso sujeto de financiación gubernamental a costa de las necesidades realmente públicas.

Por otro lado, la negación de la virtud consiste en normalizar paulatinamente conductas y acciones negativas mediante la aceptación monolítica de la aparente verdad comunicada a través de la corrección política que desprecia cualquier grado de excelencia intelectual, moral o espiritual y lo suple con igualdad por decreto. Para profundizar en ambas ideas, es altamente recomendable remitirse a las lecturas mencionadas que nos trasladan a las profundidades del infierno donde el mismo diablo revela su estrategia de eliminación de las aspiraciones éticas en el terreno político.

En aras de revertir esta penosa situación, el papel del docente resulta fundamental en la sociedad moderna y es menester de los profesores asumir un papel de coformadores, junto con la familia, en la práctica de las virtudes para la toma de decisiones públicas, guiadas en todo momento por aquello que ordena los bienes particulares y sociales hacia el perfeccionamiento de la sociedad misma, en otras palabras, guiadas por la comprensión de la persona humana y del Bien Común.

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