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Conciencia de clase, qué es y por qué es importante

La conciencia de clase es el reconocimiento de un grupo social, de su posición en la estructura económica y de sus intereses comunes frente a otras clases.

La conciencia de clase puede entenderse como la capacidad de una persona para identificar su posición en la sociedad

En un ecosistema digital obsesionado con el éxito individual, ¿nos hemos olvidado de que no todos parten del mismo punto? Esa foto del “éxito universal” —viajes, autos, consumo excesivo, emprendimientos exitosos— a menudo es solo un espejo de una franja muy concreta de la sociedad, y ni siquiera refleja su realidad, sino una aspiración cuidadosamente editada. Lo cierto es que millones de personas viven completamente ajenas a esa narrativa, desconectadas de su día a día. Reconocer esa verdad incómoda no es una anécdota ni un detalle estético: es el primer paso para desarrollar la conciencia de clase.

La Maestría en Intervención Social, fomenta la conciencia social al formar profesionales que pueden identificar, comprender y actuar sobre problemáticas sociales desde una perspectiva ética y promueve la justicia, inclusión y equidad en las comunidades.

Maestría en Intervención Social

¿Qué es la conciencia de clase?

La conciencia de clase puede entenderse como la capacidad de una persona para identificar su posición en la sociedad y, crucialmente, comprender que esa posición no es un hecho aislado o individual, sino que forma parte de una estructura social que distribuye recursos, privilegios y sufrimientos de manera profundamente desigual.

Tomar esta conciencia es liberarse de la idea de que los problemas que enfrentamos —como la precariedad laboral, la vivienda inestable o la falta de servicios básicos— son meras fallas personales o errores individuales. Es, en cambio, percibir que estas experiencias son compartidas por millones y que son el resultado de reglas del juego que sistemáticamente favorecen a unos pocos y excluyen a la gran mayoría.

Además, implica cuestionar activamente la narrativa dominante de que “todos somos clase media”. Este discurso, omnipresente en los medios y la cultura popular, borra las diferencias estructurales y nos lleva a invisibilizar la realidad de millones de personas que viven en condiciones mucho más vulnerables que las idealizadas en Instagram, TikTok u otras redes sociales. Es reconocer que la foto del “éxito” no es universal y que debajo hay una realidad de desigualdad que urge nombrar.

Karl Marx: clase en sí y clase para sí

Para Karl Marx, las clases sociales se definen por la relación que tienen con los medios de producción, es decir, con los recursos necesarios para producir bienes, generar riqueza y sostener la vida (tierra, maquinaria, tecnología, capital). En el capitalismo, esta relación es profundamente desigual: por un lado, está la burguesía, que posee esos medios y obtiene ganancias del trabajo ajeno; por el otro, está el proletariado, que no tiene más que su fuerza de trabajo para ofrecer y debe venderla en el mercado para poder vivir.

Esta estructura no es neutra ni natural, sino que genera conflictos constantes. Marx observó que la historia está marcada por la lucha entre clases que tienen intereses opuestos: quienes quieren conservar su poder económico y quienes necesitan transformarlo para vivir dignamente.

Desde esta perspectiva, Marx distingue dos niveles de conciencia:

Clase en sí: un grupo de personas que comparte condiciones objetivas (por ejemplo, bajos salarios, jornadas largas, falta de seguridad laboral), pero que no necesariamente se reconoce como parte de una colectividad.

Clase para sí: cuando ese grupo desarrolla una conciencia colectiva, se organiza políticamente y lucha por cambiar las condiciones que lo oprimen.

Lo importante aquí es que la conciencia de clase no es algo que “se tiene” automáticamente por nacer pobre o trabajar mucho. Es un proceso que implica reflexión, experiencia compartida, organización y, sobre todo, voluntad de transformar lo que parece dado.

Georg Lukács y la conciencia atribuida

Georg Lukács, filósofo marxista del siglo XX, retomó las ideas de Marx y las profundizó desde la experiencia del siglo industrial. En su influyente libro Historia y conciencia de clase (1923), Lukács argumenta que no basta con que las personas vivan en condiciones de desigualdad para que, de forma automática, se organicen o se rebelen. La realidad, señala, es que a menudo quienes más sufren el sistema ni siquiera logran ver con claridad cómo opera ese sistema ni por qué sus vidas están marcadas por la carencia y la injusticia.

Por ello, introduce un concepto clave: la conciencia atribuida. ¿Qué significa esto? Que una clase social, aunque no tenga plena conciencia de su situación, podría alcanzarla si logra mirar el mundo desde su propia experiencia colectiva, en lugar de hacerlo a través de las ideas impuestas por la sociedad dominante. Es decir, si las personas trabajadoras pudieran percibir lo que realmente las une —su lugar en una historia común y en una estructura compartida—, podrían cambiar el rumbo de esa historia.

Lukács también advertía sobre un fenómeno muy actual: la reificación. Con este término se refería a cómo, en el capitalismo, muchas construcciones sociales —como el dinero, el mercado, la pobreza o la desigualdad— se presentan como naturales, inevitables, como si siempre hubieran existido así. Esta “cosificación” de la vida social nos lleva a dejar de ver las estructuras y a aceptar la desigualdad como algo normal, casi biológico.

Para Lukács, recuperar la conciencia de clase es romper con esa ceguera. Es dejar de pensar que el mundo es como es porque “así toca”, y empezar a entender que las cosas pueden —y deben— ser diferentes si nos organizamos para transformarlas.

Boaventura de Sousa Santos: conciencia de clase desde el Sur

Boaventura de Sousa Santos, influyente sociólogo portugués con una profunda conexión con las luchas sociales de América Latina, nos invita a ampliar la mirada sobre la conciencia de clase. Él no la descarta —al contrario, la considera fundamental—, pero señala que, en el mundo actual, para comprender la injusticia social no basta con enfocarnos únicamente en lo económico. Es esencial considerar cómo distintas desigualdades se cruzan y se acumulan: las de género, raza, territorio, lengua o cultura.

Sousa Santos propone una idea clave: las Epistemologías del Sur. Con este concepto, se refiere a la necesidad de reconocer los saberes que han sido históricamente silenciados o despreciados por el pensamiento dominante. Durante siglos, explica, solo se consideraron “válidos” los conocimientos producidos en el Norte Global, por las élites académicas y los grupos dominantes. En contraste, se ha invisibilizado lo que saben las comunidades indígenas, los barrios populares, las mujeres cuidadoras y los movimientos campesinos. Desde esta perspectiva, no puede haber justicia social sin justicia cognitiva (Sousa Santos, 2014).

Esto implica que la conciencia de clase, hoy, también debe ser una conciencia interseccional y plural. No todos los oprimidos viven la opresión del mismo modo, ni luchan desde el mismo lugar. Por eso, construir una conciencia crítica exige mirar con más lentes, abrir espacios a las voces que han sido históricamente excluidas y reconocer que la lucha por la dignidad es diversa, compleja y profundamente colectiva.

Ejemplos contemporáneos

La conciencia de clase no es solo una categoría teórica; se vive, se siente y se expresa cada día. Hoy la vemos resurgir con fuerza en espacios donde antes parecía ausente, impulsada a menudo por quienes experimentan en carne propia desigualdades que otros solo observan o analizan desde lejos.

Por ejemplo, en los últimos años ha emergido una nueva generación de autoras, artistas y colectivos provenientes de barrios populares y zonas periféricas. Sus obras no solo relatan la precariedad, sino que reivindican la experiencia de clase como identidad y fuerza política. En España, autoras como Cristina Morales o colectivos como La Caja de Pandora visibilizan lo obrero y lo marginal no como un estigma, sino como un territorio de resistencia.

En México, diversas iniciativas comunitarias lideradas por mujeres desde los márgenes —trabajadoras del hogar, migrantes, madres solas— han comenzado a narrar sus propias historias a través del arte, la escritura y la organización barrial. Desde sus contextos de exclusión, estas voces demuestran que lo popular no solo resiste, sino que también produce saber, crítica y formas de belleza que rompen con los discursos hegemónicos.

Estas expresiones no buscan “superar” su origen para encajar en una clase media idealizada. Al contrario, cuestionan esa aspiración y proponen otra forma de habitar el mundo, donde la dignidad no se mide por el consumo, sino por la capacidad de transformar el entorno desde abajo y en común.

Los movimientos feministas populares también han puesto el cuerpo en esta disputa. Han demostrado que no se puede hablar de género sin hablar de clase, y que las luchas feministas no pueden centrarse únicamente en las mujeres profesionales o urbanas. Las trabajadoras del hogar, las campesinas y las madres jefas de familia en barrios periféricos han exigido que sus vidas sean reconocidas como espacios de lucha política y no como meras excepciones.

En las redes sociales, que durante años promovieron el éxito individual como horizonte incuestionable, empiezan a emerger voces que cuestionan la meritocracia. Ironizan sobre la precariedad maquillada como “estilo de vida minimalista” y denuncian cómo muchos relatos de éxito esconden condiciones previas de clase, raza y capital simbólico que rara vez se mencionan.

Incluso en espacios escolares y universitarios, donde se asume que todos compiten en igualdad de condiciones, estudiantes de sectores populares están señalando que no todos disponen de las mismas herramientas, los mismos códigos ni las mismas redes para avanzar. Ese gesto de nombrar la desigualdad estructural en el aula o en el examen es, también, una forma concreta de conciencia de clase.

Por qué es importante la conciencia de clase

Fomentar la conciencia de clase es clave para desnaturalizar la desigualdad. Nos ayuda a entender que muchas de las luchas que vivimos como individuales —buscar empleo, terminar una carrera, sostener a una familia, aspirar a una vivienda digna— no son fracasos personales ni errores de cálculo. Son, en realidad, parte de una batalla colectiva contra estructuras que reparten de forma desigual las oportunidades y los obstáculos.

En un mundo cada vez más polarizado, donde unos pocos concentran una riqueza y un poder crecientes mientras la mayoría enfrenta condiciones de precariedad, recuperar una mirada de clase se vuelve urgente. No se trata de volver al pasado, sino de imaginar y construir un futuro distinto: más justo, más solidario, más humano.

La conciencia de clase no solo nos permite entender lo que nos pasa. También nos da palabras para nombrarlo, redes para compartirlo, fuerza para resistirlo y caminos para transformarlo. Porque pretender cambiar las cosas solo con decretos o buenos deseos no basta. Necesitamos salir de nuestras burbujas, dejar de mirar solo desde el yo, y atrevernos a ver la fotografía completa de una sociedad profundamente desigual.

Como futuros interventores sociales, y como ciudadanos comprometidos, esta conciencia es nuestra brújula. Solo así podremos transformarla, con otros y para todos. ¿Estamos listos para verla y ser parte activa de ese cambio?

Autora
Dra. Norma Saldívar Hadad
Coordinadora Académica de la Maestría en Intervención Social de UNIR México

Referencias

  • Lukács, G. (1923). Historia y conciencia de clase. Grijalbo.
  • Marx, K., & Engels, F. (1848). Manifiesto del Partido Comunista. Akal.
  • Santos, B. de S. (2014). Epistemologías del Sur. CLACSO.
  • Portero, A. S., & dos Santos, A. (2025, marzo 22). Orgullo feminista y de barrio obrero. El País. https://elpais.com/babelia/2025-03-22/orgullo-feminista-y-de-barrio-obrero-como-una-nueva-generacion-de-hijas-del-extrarradio-ha-okupado-la-cultura.html

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